Los restos del mundo del Muro de Berlín en Madrid

El Muro de Berlín cayó en la noche del jueves, 9 de noviembre de 1989, al viernes, 10 de noviembre de 1989, 28 años después de su construcción. Ésta se llevó a cabo como secreto de Estado aunque se había filtrado la noticia y algunos periodistas preguntaban si acaso era cierto que querían erigir uno para separar dos partes de la misma ciudad.

No, no iban a hacerlo. Claro, cómo confesarlo abiertamente. Cómo decirle a familias enteras, a amigos, a vecinos que serían separados para siempre en una sola noche: la del 12 al 13 de agosto de 1961 en la que se construyó casi en su totalidad, quedando una pequeña parte que vigilaba la policía socialista con fiereza y que se cerraría posteriormente.

45 kilómetros de hormigón que dividían la ciudad de Berlín en dos y 115 kilómetros que separaban a la parte occidental de la ciudad del territorio de la RDA. Es necesario, argumentaban los políticos, es un «muro de protección antifascista» para evitar las agresiones occidentales; pero no se lo pareció a los 85 hombres de las fuerzas de vigilancia (Grenztruppen) que desertaron aquel septiembre, ni a los 400 civiles que lo consiguieron en 216 escapadas, los 5.000 que lo lograron con los años, ni a todos los que murieron intentando esquivar la dura vigilancia de los guardias fronterizos de la RDA y que cayeron en el corredor de la muerte: 270 según la Fiscalía de Berlín.

Posteriormente se construyó el Muro de la cuarta generación: un monstruo de hormigón armado, de 3.6 metros de altura, 45. 000 secciones independientes de 1.5 metros de longitud protegidos por vallas de tela metálica, alarmas, trincheras, una cerca de alambre de púas, más de 300 torres de vigilancia y treinta búnkers según Wikipedia.

Caída del muro de la vergüenzaparque-muro-berlín

Recuerdo el sabor amargo en los labios cuando intentaba comprender por qué se separaba así a un pueblo, al igual que lo siento ahora ante los muros que se erigen por los mismos motivos y también recuerdo aquel día maravilloso cuando vi en la televisión, con la estupefacción del que está soñando, a decenas de ciudadanos armados con picos, martillos y todo lo que tenían a mano destruyendo el muro entre vítores de alegría y lágrimas: eran los mauerspechte, literalmente, «los pájaros carpinteros del Muro».

Tengo guardado como oro en paño el LP The Wall Live que grabaron el 21 de julio de 1990 en la Potsdamer Platz Roger Waters y artistas como Van Morrison, Scorpions, Ute Lemper, Marianne Faithfull, Cyndi Lauper o Bryan Adams entre otros y cuyos beneficios estaban destinados a apoyar a la fundación Memorial Fund For Disaster Relief. Todavía me emociono cuando escucho el final apoteósico con la canción The Tide is Turning.

Y también conservo como oro en paño un fragmento del muro que una revista regalaba a sus lectores en Madrid con el certificado de autenticidad.

Fragmentos del muro de Berlín en el mundo

Los fragmentos del muro se regalaron y vendieron a pesar de que se recibieron ofertas para comprarlo en su totalidad. Hay fragmentos en el Vaticano, en el rancho de Ronald Reagan, en la casa del empresario alemán Olaf Stölt, en la Biblioteca y Museo presidencial Franklin D.Roosevelt, en el Hyde Park de Nueva York, en el Westminster College de Missouri, en Berlín, en la de particulares coleccionistas…

Curiosa la anécdota de Pawlowski, un humilde obrero que compró en 1991 cerca de 150 metros, divididos en bloques de 3,60 metros de alto, 1,20 metros de ancho, y casi tres toneladas de peso: se ha hecho de oro vendiendo pedacitos: casi el 90% de los trozos de muro que se vende en Berlín son de Pawlowski y todos vienen con un certificado de autenticidad.

El muro en Madrid

Romero, de la revista Panorama, compró trozos del muro que luego fragmentó y regaló a sus lectores. Al alcalde de Madrid en aquel entonces le gustó la acogida que tuvieron y decidió pedirle que viajara a Berlín y comprara tres fragmentos para colocarlos en el Parque de Berlín, que se encuentra en el barrio de Chamartín y se inauguró en 1967 en honor a esa ciudad.

El periodista viajó, compró tres fragmentos con sus correspondientes pintadas, a tres millones de pesetas cada uno. En la aduana las piezas se importaron como «planchas de hormigón», porque, según cuenta Romero al periódico El País “Al funcionario no le servía como definición decirle que eran trozos del muro de Berlín».

Las piezas, de unos 5 metros de altura y 1,20 de ancho y forma de ele, se colocaron en medio del estanque, sobre unos plintos de granito, con un recubrimiento especial transparente «para evitar pintadas y su deterioro por las inclemencias atmosféricas».

Y ahí siguen, aunque por desgracia con pintadas auténticas alemanas y otras que no, por la parte trasera: vándalos ignorantes. Es un pedazo de historia que merece la pena que visites si pasas por Madrid.