Un lunar en el recuerdo

Uno trata de ser positivo en estos artículos. Al fin y al cabo, los escribo para divertirme, para pasar el rato y recordar lugares que he visitado. Para compartir contigo lo bueno de mis viajes a cualquier sitio y darte razones para salgas de casa. Pero hay cositas que no puedo ni quiero callarme.

Este último fin de semana he decidido que Salamanca dejara de ser un recuerdo y visitar de nuevo las calles de la capital tormesina. He querido recuperar la sensación de irme de cañas, copas y gritos con mis amigos… Y a fe que lo he conseguido. Bueno: casi. Siempre hay algún imbécil que te estropea el día.

Lo cierto y verdad es que el fin de semana iba estupendamente: celebrábamos es vicecumpleaños (yo me entiendo) de un gran amigo, habíamos estado de sanísima juerga la noche anterior, dormido en una pensión modesta pero limpia… Y llega un tonto y nos fastidia el momento.

Incompetencia y, para disimularlo, malas tapas

Después de encontrarme con mi amigo César, al que yo llevaba como seis años sin ver y el resto del grupo no conocía, a pesar de lo cual se integró maravillosamente, haciendo ocho  nuevos amigos, decidimos que sería una idea estupenda comer unos pinchos en el “Patio Chico”.

El sitio, a pesar de haber cambiado de nombre y ser ahora “La ruta de la Plata” estaba tal y como yo lo recordaba en cuanto a distribución y elementos decorativos. Un local de cañas y pinchos estupendo… Si no fuera por los imbéciles que nos atendieron y las patéticas tapas que casi nos tiran a la cara.

Pinchos,8; tontos, alguno que otro

Resulta que pedimos siete pinchos de un tipo; y uno (yo, mismo, por dar la nota) de otro: tras indicarnos, de muy malos modos que nos colocáramos en otro rincón del bar (o infecto tugurio de camareros cavernícolas, como se prefiera), a un servidor le ponen (no barato, precisamente), un pincho medio presentable, y al resto les sirven siete aperitivos en un plato en el que no cabrían cuatro del tamaño del que a mí me sirvieron.

Nos atendieron con una antipatía impropia de los salmantinos, sin una sonrisa un por favor o un gracias: nada que ver con lo que yo recordaba de unos años atrás. La verdad es que el resto del fin de semana fue perfecto, pero ese lunar en el recuerdo, no voy a negarlo, ideal en algunos casos, me dolió.

Y todo por culpa de un personal indigno de la capital del Lazarillo. Pues nada, visto como tratan a sus clientes y que no todo el mundo puede gastarse, en una ciudad estudiantil, el dinero en comer tapas, les deseo un feliz crisis, ya que no parece necesario desearles que sea prolongada.