Viajar es ensanchar el alma

Querido amigo:

Lo tuyo tiene cura. Dices que estás triste porque nada te satisface. Dices que estás frustrado porque el dinero te agobia, porque a los cuarenta aún vives en casa de tus padres y la perspectiva es quedarte en ella hasta que (esperemos que dentro de muchos años) la heredes o, menos probable, encuentres un trabajo que te permita comer algo más que patatas –con pan los domingos-.

Estás harto, y puedo llegar a comprenderlo, del ambiente que te rodea, de que en la tele unos políticos cínicos y falsos como un billete de siete euros digan que todo va a ir muy bien y que dentro de unas semanas a todos nos va a tocar la lotería, nos vamos a querer muchísimo y a darnos besitos. En la boca, claro.

Sin trabajo, sin dinero, sin vida…

Una historia real (desgraciadamente)

¡Basta ya! Te he dicho que lo tuyo tiene cura y te lo voy a demostrar con un ejemplo tan real que lo he vivido en segunda persona (a la primera vamos a cambiarle el nombre y lo llamaremos Antonio, ya que no creo que este compañero mío quiera que revele su nombre real).

Antonio es, como yo, un contador de historias, viajes y vidas, un peón de la segunda profesión más antigua del mundo y la más bonita con diferencia. Que es periodista, quiero decir. Y como periodista que es, tiene un trabajo mal pagado y peor reconocido.

Vivir para ver. Y, para ver, viajar

El caso es que él estaba más o menos en tu situación: sin trabajo, sin dinero y casi sin amor. Al borde de una depresión, vamos. Cuando, en estas, estalló la guerra de Kosovo. Decidió que algo tenía que hacer con su vida, de modo que se subió al avión que más cerca pudiera dejarlo del conflicto y luego se buscó la vida para adentrarse en los puntos más peligrosos, donde poder sacar las mejores fotos y enviar las más crudas crónicas.

Allí descubrió lo poco que vale una vida humana, lo peor del hombre. Y lo mejor de este primate a veces de puro bueno es tan tonto que aparca su instinto de supervivencia para echarle una mano a un niño o a un anciano.

Volver a un mundo que se ve con un prisma diferente

Antonio volvió. De milagro. Pero volvió. Y lo hizo transformado, optimista como pocos al darse cuenta de que lo que aquí damos por supuesto, es una quimera en muchos otros lugares. Por ejemplo, damos por supuesto que nadie nos apunta a través de una mira telescópica por el mero hecho de haber nacido en uno u otro sitio.

Entiéndeme: no te digo que viajes a un país en guerra y te pongas en peligro. Eres mi amigo. Sólo que viajes, que conozcas otros lugares, países en los que muchos venderían su riñón izquierdo por tener la mitad de lo que tú tiras.

Viaja. Conoce. Y ensancha el alma.