Villanueva de los Infantes: el lugar de la Mancha

No es la primera vez que hablamos de Villanueva de los infantes, aunque sí es el primer artículo que le dedicamos en exclusiva. Un lugar de tal encanto, tan agradable trato con el viajero y al que los expertos atribuyen el inicio de los novelescos viajes de Don Quijote, no merece menos.

Para empezar, situémoslo: es la capital del Campo de Montiel, comarca situada en Ciudad Real, en la región española de Castilla La Mancha. No se puede decir que se trate de una gran urbe, puesto que los infanteños se cuentan en un número por debajo de los seis mil, aunque sí puede presumir de una oferta turística muy superior a poblaciones de su entorno cinco (y más) veces mayores.

infantes

El entorno es el propio de las tierras manchegas, tan injustamente tachado de yermo. Infantes en sí es un conjunto histórico-artístico como existen pocos en el mundo. Su Plaza Mayor, una dura prueba para quienes presumen de no emocionarse ante la belleza.

Una historia milenaria

La Historia de la localidad se remonta a tiempos de la Edad de Cobre en inicios de la de Bronce, con importantes pruebas de yacimientos ibéricos oretanos. La población de Villanueva de los Infantes parece derivar de la confluencia de las de La Moraleja, Jamila y el Castillo de Peñaflor.

El maestre de Santiago el infante de Aragón, Don Enrique le concedió, por motivos políticos y económicos el privilegio de ser villa independiente en 1421, con el nombre de Villanueva del Infante. Aunque es más y muy rica, basta por ahora de Historia, que nos queda por ver mucho Arte.

Belleza en todos los sentidos

Mencionábamos en otro post que es imposible –vale: casi- encontrarse en un punto cualquiera de Villanueva de los Infantes y, dando un giro sobre uno mismo, no topar ante nuestros ojos con algún monumento digo de nuestra cámara o de quedarse impreso en retinas y recuerdo. Y lo mantenemos.

Desde los yacimientos arqueológicos como puede ser el de Jamila hasta el más contemporáneo empedrado de las calles, todo vale la pena, todo es digno de verse. Y es tal la riqueza del entorno y la población que, aun doliéndonos el alma, hemos de reducir a la mínima expresión las menciones a los diferentes monumentos.

Así, sólo podemos mencionar que son más de quince –y de veinte, si ampliamos un poco el criterio- las obras de arquitectura religiosa dignas de verse y pasmarse ante ellas. Y más: muchas, muchísimas más las que la construcción civil nos ha regalado la localidad, entre la Plaza, colegios, palacios…

Un capital infinito

Pero el principal capital, el mayor atractivo de esta villa se lo confiere algo que no está a la vista: entremos en cualquier bar, tasca o restaurante y preguntemos donde está… cualquier sitio. Los infanteños se desvivirán por indicarnos, orientarnos y, de tener la posibilidad, acompañarnos incluso.

El principal capital es la sonrisa amable, el corazón enorme y las puertas abiertas de unos vecinos que hacen que uno quiera aplicar la frase que don Miguel de Cervantes dedicaba a Salamanca: “enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado”