Visto que hoy va a estar, según la previsión meteorológica, un día algo más fresco que los anteriores y que, aunque no tenía prisa cuando empecé la aventura, ya echo de menos mi casa y a los míos, he decidido doblar el esfuerzo y la etapa. Me duelen los músculos, pero me duelen más las ausencias.
Me levanto e inicio la ruta, saliendo de Astorga hacia Murias de Rechivaldo, buscando siempre el piso firme de la carretera, que, a estas alturas, es difícil que me lastime la planta de los pies. Efectivamente, cuando el alba se insinúa, agradezco cuando veo que el día va a estar cubierto. Y es que sólo la mitad de los cuarenta kilómetros que me esperan cuesta abajo.
Desde Murias, un delicioso pueblo maragato, me dirijo a Santa Catalina de Somoza, lo que me lleva una hora por una pista en un ascenso poco más que inapreciable. En pocos sitios me he encontrado tantas miradas amables y gestos de ánimo.
Unas construcciones curiosas
Un trago de agua. El sol no me va a quemar hoy, pero eso no significa que haga frío. Tras otros cinco kilómetros de pendiente suave, me planto en El Ganso, desde donde sigo en paralelo a la carretera. Empiezo a ver la primeras “teitadas”, unas casas techadas en paja.
Desde aquí me dirijo al que sería el final lógico de mi etapa y que, sin embargo, se convierte en el punto donde me avituallo, como, bebo y recupero fuerzas durante unos minutos: Rabanal del Camino, donde los peregrinos, antaño, se agrupaban para afrontar el temible monte Irago. Los templarios, protectores de los peregrinos, construyeron aquí hospitales e iglesias que llevan la impronta de la arquitectura de la Orden.
Como sé que, haga lo que haga, voy a llegar a la meta de hoy bastante tarde y voy a necesitar descansar, apenas me detengo pero apunto la localidad en mi lista de sitios por visitar más adelante, que se ha incrementado de forma notable.
Hacia el techo del Camino
Me quedan siete kilómetros de subida, que se me hacen eternos. Hago cumbre poco más allá de Foncebadón y recorro un tramo de pequeños desniveles que deja atrás Manjarín ¿Que si me arrepiento de haber doblado la etapa? No es el momento de pensarlo. Ahora hay que mantener el ritmo, apretar los dientes y negar el dolor de todos los músculos.
Un par de kilómetros más allá de Manjarín, llegamos a la cota más alta de todo el Camino, a 1.515 metros, y comienza la bajada a El Acebo. Quien dijo aquello de “cuesta abajo, todos los santos ayudan” era un cínico. La única diferencia es que el dolor se cambia de unos grupos de músculos a otros.
El maravilloso Bierzo
Me tienta la idea de quedarme en este lugar, pero miro al reloj y me doy cuenta de que la media de estos treintaiséis kilómetros ha sido muy buena y de que aún me quedan un par de horas para que apriete de verdad el calor, de modo que sigo descendiendo durante otros ocho kilómetros hasta mi meta, Molinaseca.
Hay quien decide continuar desde aquí a Ponferrada, pero supongo que esos son los que han iniciado la etapa en Rabanal. Yo no. Han sido casi ocho horas andando. No sé cómo voy a estar mañana, pero hoy, simplemente, no estoy, salvo para una ducha y para dormir.
Me apunto el pueblo en la agenda de los “por visitar” y me quedo dormido a medio camino entre la verticalidad y la almohada.