Reservas naturales canarias en peligro

Canarias es un paraíso por el clima benigno que hay durante todo el año y permite disfrutar del océano atlántico que baña sus costas. Los turistas viajan a Fuerteventura para pasear por las playas de fina arena que se extienden bajo el sol hasta donde alcanza la vista, o a Lanzarote para bañarse en playas de arena volcánica y acantilados formados por la violenta erupción de los volcanes que hay en la isla. Continuar leyendo «Reservas naturales canarias en peligro»

Camino francés: Molinaseca-Vega de Valcarce (etapa doble)

El despertador es un sonido apenas entreoído que, sin embargo, consigue despertarme. Mientras desayuno -fuerte, con hambre de auténtico lobo- consulto la previsión del tiempo. Para hoy, bajan las temperaturas, de modo que, y aprovechando lo llano del trayecto, decido unir de nuevo dos etapas.

Según lo pienso, me suena a un esfuerzo sobrehumano, pero ya me quedan muy pocas etapas llanas, de modo que voy a aprovecharlas.

Salgo de Molinaseca hacia Ponferrada, ciudad de la que se han escrito libros, cuyos rincones conozco –muchos de ellos, más de lo recomendable- y de la que estoy tan enamorado que no necesito siquiera abrir los ojos para reconocer el camino por el que la cruzo. Eso sí: no me resisto a acercarme por el castillo del Temple, en la parte baja de la ciudad, asociado a muchos y muy buenos recuerdos.

Encandilado por una de las comarcas más bellas de España

Bien señalizado, sigo el Camino hacia Columbrianos, dejando el ayuntamiento a la izquierda y cruzando el Sil. Desde aquí, encaro la senda que me va a dejar en Camponaraya, unos once kilómetros más allá. Por suerte, el Camino Real tiende a ser llano, con pequeñas lomas aquí y allá.

Desde aquí, y tras descansar unos minutos y apurar una cerveza (me apetecía, qué le vamos a hacer), arranco hacia Cacabelos, fin de la etapa tradicional pero ecuador de la mía. Tras cuatro horas y pico, de nuevo me tienta respetar la tradición y quedarme en el kilómetro veinticinco. En lugar de ello, me doy un chapuzón rápido en el río Cúa y me calzo de nuevo para afrontar los nueve kilómetros de relieve irregular hasta Villafranca del Bierzo.

Belleza y dolor

Los calambres se hacen presentes apenas comienzo la subida, suave, en líneas generales, hacia Trabadelo, de modo que debo detenerme, buscando una sombra y, tras unos estiramientos y comerme un plátano, calculo cuánto me queda y qué me supondría volver a la bella Villafranca.

Pero retroceder ese kilómetro  pico, sería un golpe enorme para una moral que, por tramos, es lo único que hace que las piernas se muevan de la forma correcta y en dirección al ansiado Campo de Estrellas. Adelante, por más que falten quince kilómetros para acabar la segunda parte de la etapa.

Golpe a golpe, verso a verso

Cuando empecé esta aventura, hace casi un mes, sabía que iba a disfrutar y a sufrir a partes iguales. En estos momentos, toca lo segundo, de modo que ni siquiera soy capaz de apreciar la belleza y buena acogida de Trabadelo, a seis kilómetros de la meta. Aquí, entro a comer en un restaurante. Tengo que comer fuerte, pues, aunque estoy cerca del final de la etapa, cada músculo de mi cuerpo está sacando la bandera blanca.

Un paso. Otro. No transcurren los kilómetros sino ya los metros. El sobreesfuerzo me ha provocado un fuerte pinchazo en la pierna derecha, de forma que, en cuanto dejo la mochila en el albergue de Vega de  Valcarce, me ducho, me aplico una crema de calor medio y examino la próxima etapa.

No va a ir más allá de los treintaitrés kilómetros, visto que mañana sí que va apretar el sol y visto, sobre todo que he de afrontar la temible subida de O Cebreiro. Con todo, voy a entrar en Galicia hecho un verdadero cromo.

En fin, a dormir, y a ver si mañana alcanzo Trascastela.

Achilipurdistán del Sur

Yo estaba convencido de que ya no quedaba gente así entre el famoseo y la jet set. Una tipejuela, más pija que las manchas de Snoopy –no me preguntes quién es: de las vidas ajenas me entero lo justo- “de viaje solidario”.

Yo creía que esos viajes en los que las famosas se retratan rodeadas de negritos o, como es el caso, chinitos eran cosa de los Noventa. Y ya casposas para la época. La mujer en cuestión, llamémosla… “Señora Famósez” parece ser que ha viajado hasta un país asiático para llevarle el cariño  la solidaridad de Occidente –esfuerzos he de hacer para contener las carcajadas-.

the other side

Y ha posado para las fotos, claro: en una, rodeada de niños, con una frondosa selva de fondo, una sonrisa Profidén más falsa que un billete de quince con setenta y un modelito de color lavanda, ligerito, como el texto que acompaña a las fotos (¿cómo se puede contar la visita a un país en apenas cien palabras?).

Fuera de lugar

En otro posado, viste unos pantalones caqui, con chaqueta de camuflaje y salacot del tipo Coronel Mandioca. Y en un tercero, esto ya es el delirio, la Señora Famósez lleva unos zapatos de tacón más aptos para una fiesta de Ferrero Rocher que para medio enterrarse en mitad de un claro de la selva.

Claro que lo que ya es el absurdo por el absurdo llega cuando leemos los pies de foto con supuestas declaraciones de esta analfabeta con balcones a la calle: “Visitar Achilipurdistán del Sur es una experiencia muy positiva para darnos cuenta de lo que es pasar hambre”. Vaya. Habrás pasado mucha con todo el equipo y equipaje que te has llevado.

Nepal - Changu Narayan

Viajar con los ojos cerrados

Otra, simplemente incalificable: “Se nota que ha sido un país en guerra: está todo en ruinas y la gente está muy triste”. Pero vamos a ver, solidaria de postal: ¿no se te ha ocurrido que las bombas y los disparos destruyen los edificios y hacer pupita a quien está dentro? ¿No te has parado a pensar (no, claro: ¿Pensar? ¿Tú?) que, quien más quien menos, ha perdido a alguien en un acto que nos sitúa  por debajo del peor de los animales, como es la guerra?

Sin embargo, la buena señora no ha caído en que en ese país se fabrica un queso extraordinario, un aceite de paladar inenarrable y que, además, pueden visitarse varios templos milenarios. No, claro: no ha caído porque el viaje se lo ha pagado, junto con un jugoso extra, la revista “¡Hala!”, interesada sólo en las fotos de la mujercilla ésta.

El día que le pague el consorcio turístico de Achilipurdistán del Sur, tal vez la veamos ordeñando una cabra, sonriendo ante un olivo o diciendo que rezar en esos templos es casi una experiencia religiosa. En fin.

Yo estuve en Cancún y regresé para contártelo VIII: Playa del Carmen

Playa del Carmen es uno de los lugares que debes visitar si te gusta el bullicio, el ocio y las compras. Está muy cerca de Cancún, entre éste y Tulum. Nosotros fuimos de paso cuando visitamos las ruinas arqueológicas, pero hay mucha gente que va a pasar el día; hay autobuses que te llevan desde Cancún, así que no tiene pérdida. Continuar leyendo «Yo estuve en Cancún y regresé para contártelo VIII: Playa del Carmen»

Enseñar deleitando

“Aut delectare, aut prodesse est”. Atribuyamos la frase a Horacio, por ser la posibilidad más factible y por darle un empaque de cultura clásica al artículo. Un traducción libre sería la de “agradar y educar”, y vamos a comentar también que se acuñó cuando se descubrió que los discípulos aprendían más  mejor si disfrutaban del proceso.

Y es de eso de lo que vamos a hablar, de disfrutar aprendiendo. Para ello, y relacionado con los viajes, el discípulo siempre recordará mejor aquello que toca, ve y vive que lo que lee y relee por mucho que el libro sea más o menos ameno o ilustrado. Para ello, entre otras cosas, se crearon las excursiones escolares.

Casa de las Conchas

Como es injusto señalar uno sólo de los muchos sitios en los que poder disfrutar y aprender, ya anunciamos que éste es sólo el primero de varios artículos que iremos dejando caer de vez en cuando sobre lugares en los que aprender es un goce en todos los sentidos.

Arte y saber: Salamanca

De momento, vamos a proponer una primera excursión para empaparnos de arte y saber: nos vamos a Salamanca. Claro que, una vez en la ciudad del Tormes, lo difícil es decidir qué ruta vamos a tomar, puesto que la ciudad en sí es un monumento.

Tal vez deberíamos partir de la Plaza Mayor. Se trata de una construcción levantada entre 1729 y 1756 siguiendo los planos de Alberto Churriguera y es un ejemplo claro del barroco español.

Piedras de oro

Una de las características más llamativas de la Plaza es que está construida con la bellísima piedra de Villamayor, lo que le confiere un color dorado a la luz del sol y la sensación de estar bañada en auténtico oro cuando se ilumina por la noche.

Paseemos con calma lo que uno de sus inquilinos de más renombre, Don Miguel de Unamuno definió como “Es un cuadrilátero. Irregular, per asombrosamente armónico”. Sólo quien ha visto y vivido la plaza salmantina sabe qué quiere decir “El viejo profesor”.

Caminando sin rumbo

Abandonamos la Plaza Mayor y, por la Rúa, nos acercamos a las dos catedrales salmantinas, no sin antes dejar atrás el Corrillo (cuya Historia, curiosa y truculenta, merece un capítulo aparte) y dejarnos vencer por lo grandioso de Anaya. Hemos dejado atrás, cien metros a la derecha la Clerecía, la Casa de las Conchas y, un poco más allá, la fachada de la Universidad Antigua.

Pero es que desde las catedrales todavía nos queda por ver el museo de Art Decó, el Huerto de Calixto y Melibea, atrás de nuevo, a la calle Bordadores a contemplar el palacio de Monterrey, patrimonio de los Alba, y… ¡Ay! Que no vamos a tener fin de semana suficiente para ver cuanto hay que ver.

Enseñar deleitando está muy bien, pero tampoco podemos enseñar demasiado en muy poco tiempo o el alumno se saturará y acabará por no aprender nada. Mejor, poco a poco… Otro día volveremos a Salamanca.

Recuerdos que vuelven, Sant Feliu de Guixols

Hoy me he levantado terriblemente temprano, algo que si en el resto del año es rarísimo en mí, en verano ya ni os cuento. Tanto es así que creo recordar todos los días que ha pasado algo así en mi vida. Y es que levantarte antes incluso de la llamada “fresca”, en mi mundo, solo era sinónimo de algo: Vacaciones familiares.

Ese recuerdo de levantarte aun ni habiendo amaneciendo, tener que quitarte tu madre el pijamilla de verano (ese que no existe en tu vida desde los 12 años), vestirte, desayunar dormido y meterte en ese coche a reventar, no abriendo los ojos hasta llegar a la playa, oliendo a sal.

Mis padres, como buena clase media, eran de esos que todos los años, 15 días arrastraban a la familia completa a la playa. Algo hoy en día impensable. Muchos son los sitios que en los que clavaría una banderita para indicar que he estado, al igual que mi padre la sombrilla, pero quizás mi primer recuerdo fue, sin duda Sant Feliu de Guixols, donde volví otras 3 veces más.

Después de casi 10 horas, llegada

El entonces casi deportivo de mi padre, un Nissan Cherry del 85, la cinta de Julio Iglesias (la cual no se oía con el ruido del aire entrando por la ventana, porque de aire acondicionado nada), 8 paradas en cualquier cuneta a modo de servicio o por motivos de mareo, por ese olor permanente a gasolina y casi 10 horas después y ya habíamos llegado.

De salir del sofocante calor de La Mancha a pleno corazón de la Costa Brava. Para los que no localicéis este municipio, os recuerdo que Sant Feliu de Guíxols se encuentra en la provincia de Gerona y es famoso por ser el lugar de veraneo de Carmen Cervera, quien impulso a la conservación de un monasterio del S. XVIII de los monjes benedictinos, ahora museo.

Calitas mágicas

Pero si por algo puede presumir Sant Feliu es de sus calas, escondidas por toda la ciudad, como la de Urgell, Vigatà, la d en Bosc, de Peix, Ametller y mi preferida, la Cala de Jonca, el que entonces era mi pequeño paraíso.

Encontramos esta cala casi de casualidad, mientras volvíamos al hotel. Traspasando la frondosa vegetación descubrimos un pequeño terraplén de acceso algo engorroso, pero no imposible. Un sitio que parecía casi virgen y en el cual me sentía uno de esos colonos descubriendo el paraíso.

La Cala de Jonca, aunque de grano muy grueso, es ideal para estar solo, ya que por este tipo de arena siempre está vacía o casi. Pero cuyo paisaje, enmarcada entre dos barrancos, es único para ver caer el sol en sus aguas claras.

Un consejo, es muy recomendable que tu viaje te pille estando allí el día 1 de Agosto, ya que son su Fiesta Grande o Festa Major. Hoy os regalo este recuerdo de mi niñez que me ha levantado de la cama.

El Bierzo: para enamorarse

No sé por qué no lo había hecho antes, pero el caso es que aún no había hablado de una de las comarcas más bonitas –con diferencia- de España, lo que equivale a decir, sin pecar en exceso de chauvinista, de una de las más bellas del Planeta.

No pienso discutir, de todos modos, si alguien me dice patriotero, entre otros motivos porque, aunque no me considero como tal, no puedo darme el lujo de ser neutral cuando hablo de El Bierzo. Y no puedo serlo porque aún recuerdo los buenos ratos en Villafranca del Bierzo, en Cacabelos, en Vega de Espinareda…

Además, de la capital de la comarca, de Ponferrada provenía la mujer que me enamoró por primera vez, de modo que, entre visita y visita, alguna vez me perdí intencionadamente en sus calles o me soñé templario en su castillo.

Entre dos regiones

Aquel amor, de hace ya una buena cantidad de años, se fue, pero como todo primer amor dejó su cicatriz. Y de cuando en cuando, al humedecerse el recuerdo de Ponferrada, la cicatriz pica, recordándome que llevo debajo de ella una piedrecita de esta comarca entre León y Galicia.

Pero no se trata de hablar de mí, que al fin y al cabo tengo un interés poco mayor que el de un guijarro en cualquier camino. Se trata de hablar de una comarca, de una tierra en la que sus gentes te acogen como si fueras de la familia antes incluso de conocerte. Se trata de hablar de unos pueblos, de una ciudad marcados por el Camino de Santiago.

El Camino de Santiago

La Ruta Jacobea ha jalonado de arte El Bierzo (como al resto del Norte español) y marcado el carácter de quienes viven al borde del camino: además de los hospitales y de la huella del Temple, además del más duro de los románicos, la Ruta de las Estrellas ha dejado un poso de apertura en las gentes que se han acostumbrado a acoger y cuidar al peregrino.

Más allá de sus gentes (si es que puede haber algo más allá); más allá del arte, el entorno del Bierzo invita a verlo, a maravillarse y a no querer abandonar jamás esa visión. Un ejemplo claro es el que supone el paraje de Las Médulas, antigua explotación de oro romana que ha marcado las montañas y que provoca el pasmo de cuantos pasan cerca de ellas.

Pero eso, amigo, será tema de otro artículo, pues no ha de caberte duda de que volveremos por El Bierzo.