Como siga dándome estos madrugones, me van a encargar ir poniendo las piedras del Camino para que los peregrinos lo encuentren más bonito. Con la cabeza llena de telarañas de sueño, me dirijo a la salida de la localidad donde me topo con una bifurcación. Un camino es el mismo seguí ayer, monótono; junto a la carretera nacional, el otro… es el que voy a seguir y que lleva a la localidad de Villares.
Cruzo el pueblo y, a la izquierda, tomo una senda que me obliga a subir una loma y me lleva a una carretera local que me deja en Santibáñez de Valdeiglesias. Aquí está una de las perlas desconocidas de la Ruta: la iglesia parroquial de la Trinidad. Allí se encuentran unas deliciosas tallas de San Roque y Santiago (al que la corrección política no ha alcanzado aún y podemos llamar “Matamoros”).
De nuevo a subir aunque por pendientes suaves. No es tarde ni he caminado mucho hoy, pero los kilómetros pasan… y pesan. Menos mal que la belleza de las vistas me distrae y recorro casi sin enterarme los siete kilómetros que me separan de Santo Toribio, desde donde se divisa Astorga y los Montes de León.
Las montañas en lontananza
Poco más de un kilómetro más adelante, tras pasar San Justo de la Vega, cruzo el río Tuerto por un puente que me deja de nuevo al lado de la carretera nacional. Adelante, hacia Astorga, donde me dirigen al albergue.
Toda vez que he caminado a buen ritmo y que no es tarde, me decido a visitar la bellísima localidad leonesa. Bellísima y plena de Historia. Un ejemplo que aúna ambas cualidades es la Catedral de Santa María, del siglo XV o la capilla de Santa Marina en lo que es a día de hoy el Museo Catedralicio.
Calles y casas con sabor
Por supuesto, no puedo perderme el palacio episcopal maragato ni, ya que lo menciono, la célebre figura de los Maragatos en el edificio del Ayuntamiento, que dan la hora para todos quienes los circundan en muchos metros a la redonda.
Ahora sí: aunque me quede mucha ciudad por visitar, el Camino sigue y se va a ir haciendo cada vez más duro, de modo que dirijo mis pasos hacia el albergue y me dedico a reponer fuerzas.
Se acerca El Bierzo, detrás del cual llega Galicia. Estoy agotado pero, no sé por qué, no cambio esta sensación por nada del mundo.