Quien más quien menos, ha oído hablar del síndrome de los husos horarios, la disritmia circadiana, la descompensación horaria o, por usar el término más extendido, el jet lag. Se trata de la descompensación del reloj interno –el que marca cuándo dormimos y cuándo no- con el nuevo horario cuando viajamos largas distancias, que atraviesan diferentes regiones horarias, en avión.
Por mucho que cambie la hora en nuestro reloj de muñeca, el biológico tiende a mantenerse, de modo que, si atravesamos el planeta de Este a Oeste, o a la inversa, tendremos sueño en pleno día y estaremos despiertos por la noche.
Otros síntomas del jet lag son los que se refieren la fatiga, una sensación de cansancio general, que, por cierto, es menor cuando se viaja hacia el Oeste. El motivo es que viajamos “en el mismo sentido” que nuestro reloj corporal, de modo que lo que hacemos es “forzarlo”, en lugar de ir en su contra.
Todo son molestias
Otras complicaciones asociadas al jet lag se refieren a problemas digestivos como vómitos o diarreas; confusión al hablar o tomar determinadas decisiones; falta de memoria, apatía o irritabilidad.
Por cierto: si estamos sometidos a algún tipo de tratamiento que requiera medicarse cada ciertas horas, deberíamos hablar con el médico para modificar las tomas y compensar la descompensación horaria. Para ello, el facultativo atenderá al número de husos horarios, el tiempo de estancia, la dieta, la actividad…
Minimizar el jet lag
Está claro que no vamos a quitarnos de encima el jet lag fácilmente, pero sí podemos contrarrestar en parte sus efectos. Aparte de seguir los consejos que quienes saben más de esto que nosotros, lo ideal es que afrontemos el síndrome en buena forma física, habiendo practicado ejercicio y comido saludablemente por costumbre.
Otra buena idea, si es posible, es la de adaptarse al horario de destino antes de salir: durante tres o cuatro semanas adelantaremos o retrasaremos nuestras rutinas una hora. Por supuesto, siempre que sea posible.
A bordo
En el avión, nos mantendremos hidratados, pero evitando el alcohol y la cafeína. Esta última no sólo nos va a deshidratar, sino que alterará nuestros patrones de sueño. Lo ideal es beber mucha agua, ya que la humedad relativa del avión es muy baja.
Por otra parte, siempre que sea posible, es muy recomendable levantarse cada cierto tiempo y moverse por el avión. También pueden ejercitarse las piernas sin necesidad de ponerse de pie, estirando y recogiendo las piernas unas cuantas veces.
Que la naturaleza nos ayude
Un par de ideas antes de que termine el viaje: si es posible, hagámoslo con escala, haciendo noche en un punto intermedio. Otra posibilidad es la de tratar de dormir ajustando las horas de sueño en el avión de modo que coincidan con las del destino.
Cuando hayamos llegado, dejemos que las horas de luz solar nos ayuden en nuestra adaptación a la hora local.