Era el grupo español Mecano, con la deliciosa voz de Ana Torroja, el que decía que “no hay marcha en Nueva York”. Nosotros, sin embargo, nos quedamos con el crooner de los crooners, con el gran Frankie Frank Sinatra: “Que corra la voz, me marcho hoy. Quiero ser parte de ello: Nueva York, Nueva York”.
Eso es: independientemente de la “marcha” neoyorkina, que hay que saber buscar, Nueva York posee una especie de imán que te hace querer formar parte de la ciudad, seas norteamericano, africano o, como cantaba The Police, “un extranjero legal: un inglés en Nueva York”.
Pero, ¿qué tiene esta ciudad? ¿Por qué ese magnetismo en una urbe que, si comparamos con muchas otras tiene sólo la mitad de encanto? ¿Qué misteriosos gases emanan del Hudson que hacen que nos creamos que la Estatua de la Libertad es de verdad una señora que nos da la bienvenida a un lugar del que no querremos irnos?
The newyorker way of life
Tal vez sea la inocencia manchada de barro de sus dieciocho millones de almas, que creen en un sueño americano por y para el que trabajan a un ritmo frenético. Puede que tenga algo que ver la historia de una ciudad que no ha querido olvidar que en tiempos fue colonia y que está orgullosa a partes iguales de su independencia y de su pasado aborigen, francés, holandés e inglés.
Y es que ese es uno de los encantos de la urbe para la que se acuño el “I-corazón-NY”: el orgullo inocente y contra viento y marea de alguien que vive, y lo sabe, en el centro del mundo. Poco importa que los Giants o Knicks ganen o pierdan; tanto da que la ciudad sea, en ocasiones, un vertedero en muchos de los sentidos: el Hudson siempre será un arroyuelo primaveral y el Bronx un lugar pintoresco.
Reflejo de quien visita la ciudad
Ayudan mucho, claro, las caras de los turistas cuando se quedan embobados señalando que en aquél sitio tal actriz de dio un beso precioso a cual actor en una u otra película, o cuando alguien reconoce –no siempre de manera discreta- un edificio, un monumento, un rincón que ha visto, leído u oído.
El neoyorkino alimenta su orgullo del reconocimiento de su ciudad por todo el mundo. Se sabe, y nos remitimos de nuevo a la canción de Frank Sinatra, “parte de ello”. Parte de una estrella de cine, de la literatura y de la cultura, popular o elevada, de teatros, musicales, comentarios, medios de comunicación, camisetas y tazas de desayuno.
Tal vez por eso la ciudad se ha ido recuperando de una tragedia ocurrida hace ahora once años. Porque es el objetivo de todos los flashes. Porque una estrella no debe llorar en público. Porque quien va, vuelve. Y ha de regresar a una ciudad siempre luminosa, siempre dispuesta a dar la bienvenida, siempre sonriente… Siempre Nueva York.