La pasión por los viajes no siempre lo es por el sitio físico al que llegamos. A ver: me explico –o lo intento, que no va a ser fácil-: está muy bien llegar a, digamos, León, y disfrutar de su catedral (podría quedarme horas embobado con el juego de luces que proyectan las cristaleras o pasarme unas cuantas tardes –y noches- en el Barrio Húmedo, por ejemplo. Pero sería un viaje incompleto.
No habría disfrutado igual si no supiera de la Leyenda del Topo de la Catedral. Estoy convencido de que las cervezas del “Húmedo” (su nombre viene por otro lado, no por el zumo de cebada: investigue, que es curioso) no me sabrían igual si no supiera de las dificultades para levantar el templo y de que los canteros se excusaban en un supuesto topo gigante que destruía por la noche los cimientos que asentaban por día.
Como no es el objetivo de este artículo contar leyenda alguna –más adelante, tal vez-, dejamos aparte al topo-quelonio de la Puerta de San Juan. La idea de este escrito es invitar a que hagamos una forma de turismo que no sabría decir si es nueva, pero sí poco habitual.
Un safari de leyendas
La propuesta es que cacemos leyendas. Pero no que las matemos, algo que sería muy fácil en muchos casos con los conocimientos científicos e históricos a los que todos tenemos acceso. La propuesta es que cambiemos, para este safari, el rifle por la cámara, ambos, al menos en principio, metafóricos.
Lo que sugiero es que vayamos tras los pasos de aquellos lugares donde la historia se esconde detrás de la leyenda, o a la inversa, no sabría decirlo. Que lleguemos y nos empapemos de lo que ocurrió o dicen que ocurrió.
Vayamos, seamos, vivamos
Cacemos al topo en equipo con los fantasmas de los canteros leonenes, sintámonos druidas en Stonehenge, besemos la piedra de Blarney, compartamos celda con Cervantes en Argamasilla de Alba, sintamos el terror de la noche en el monte de las Ánimas, combatamos junto al Cid en Consuegra y ayudemos a atar su cuerpo inerte al caballo, o disfrutemos de un paseo con Lázaro a la diestra y La Celestina a la siniestra a orillas de Tormes…
… Vayamos tras las leyendas, vivámoslas en nuestra imaginación, pues fue la imaginación y la palabra la que las creó y ha de ser nuestra alma quien las reviva. Un alma que no entiende de lugares físicos. Por eso, una ciudad, una cueva, un templo o una cárcel no son sino el mero marco donde lo que de verdad importa sucedió… O no…