Dice el Evangelio: “10 En la ciudad en que entréis y no os reciban, salid a sus plazas y decid: 11 `Sacudimos sobre vosotros hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies. (…)’” (Lc 10, 10-11). Y es exactamente ese pasaje el que de buena gana citaría a la entrada de determinados templos.
Si un bien ha hecho la Iglesia en el que no haya que mencionar necesariamente el nombre Dios, ni siquiera en vano, es transmitir la cultura para todos, ricos y pobres a un precio tan bajo como cero. Sin embargo, cada vez que uno pretende entrar una catedral, para disfrutar del arte religioso, para trascender, sea por Dios, sea por unos hombres cuyas manos obraban el milagro del arte, le sale por unos euros.
La última vez que me sucedió esto fue a las puertas la catedral de Santa María de Valencia. No recuerdo el precio. De hecho, si pensamos en la belleza de las obras que me aguardaban en el templo, no era caro. Pero me niego.
Cueva de ladrones
Me niego a que unas pinturas, unas tallas, una composición del lugar destinadas a sobrecogerme (quien quiera creer algo más, que crea) y hacerlo por amor a Dios o al arte, salgan a tanto la visita. No me vale que ese dinero se destine a los necesitados, al mantenimiento del templo o a solomillos para el señor obispo… La empresa católica tiene suficientes recursos como para no necesitar mis escasos y descreídos capitales.
Cada vez que pienso en el caso y en tantos otros semejantes, me viene a la mente otra cita evangélica, esta de San Marcos “Jesús entró en el templo y comenzó a echar de allí a los que compraban y vendían. Volcó las mesas de los que cambiaban dinero y los puestos de los que vendían palomas, 16 y no permitía que nadie atravesara el templo llevando mercancías. 17 También les enseñaba con estas palabras: ‘¿No está escrito: ‘Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Pero vosotros la habéis convertido en ‘cueva de ladrones’’”. (Mc 11: 15-17).
Algo hay que hacer
No soy yo quien de volcar esa mesa de peaje para entrar al templo ni tengo autoridad para llamar a nadie ladrón. Al menos, si no quiero que me hurguen en la mandíbula con las manos. Pero sí puedo, y voy a hacer, algo:
A partir de ahora, mediante la magia de la palabra y desde este púlpito virtual, voy a tratar de desvelar gratis aquello por lo otros pretenden cobrar. De vez en cuando me dejare caer por aquí y hablaré de qué se puede ver en las diferentes catedrales y de sedes de oración que, aun debiendo ser de entrada libre no lo son.
No les haré ni cosquillas, pero, mira, al menos voy a disfrutar escribiendo y describiendo un arte divino y… pagano.