Yo no quería. De verdad que no. Pero, claro, cuando la familia se empeña, se empeña y el fin de semana pasado tuve que elegir entre irme de acampada o someterme al frío desprecio de mi mujer y mis hijos durante varias semanas. Y, claro, para variar, elegí la opción equivocada: me fui con ellos.
Iba a ser un fin de semana de fogata y tienda de campaña, de caminatas al aire libre, tomando el fresco, el sol y el aire sin de contaminación. Para ello, y como los míos no querían pasarse una semana oyéndome lloriquear: que si no quiero ir, que no me apetece, que estas cosas acaban como acaban…, panificaron todo en secreto y el viernes, a media hora de salir, cargaron el coche con las mochilas, con las tiendas y conmigo.
Las únicas escapatorias eran quedarme en una gasolinera en mitad de la nada o saltar en marcha. Y, como no me atraían ninguna de las dos ni el mal trato psicológico que me esperaba en caso de adoptarlas, opté por cerrar la boca y resignarme a un fin de semana de diversión en familia.
Las primeras horas
Con esto de que los días van siendo más largos, aún brillaba el sol cuando llegamos a la zona de acampada. Un sitio en mitad de la Sierra cuyo nombre he hecho todo lo que he podido por olvidar. Al menos, estábamos rodeados por otros campistas, no a merced de las alimañas, los insectos y las hierbas venenosas.
A la cuarta vez que una de las gomas me saltó a la cara y después de martillearme los dedos otras tres o cuatro, veces, los míos se apiadaron de mí y decidieron montar la tienda de campaña ellos solitos. Casi acabo por llorar de emoción, alivio y agradecimiento.
Una noche difícil
Cenamos en la cafería del camping y nos fuimos al saco los cuatro. Nótese que escribo “al saco”, no a dormir. Lo malo de los camping es que no hay paredes. No digo más: en una noche aprendí alemán, francés, inglés, italiano y un extraño idioma compuesto de suspiros y jadeos.
Si al ruido nocturno añadimos que eso de dormir sobre el suelo no se hizo para mí, el resultado es una noche en vela en la que empezaba a conciliar el sueño justo cuando el sol empezaba a teñir de colores el interior de la tienda…
… Momento en el que mi esposa y mis hijos decidieron que era hora de despertarme. Lo que ocurrió el sábado es digno de otro escrito, que llegará muy pronto