Cuenta la… no sabemos si Historia o leyenda que escritor Henri-Marie Beyle –Stendhal- comenzó a sufrir, en determinadas circunstancias, taquicardias, vértigo, confusión e incluso alucinaciones. No se había contagiado de ninguna enfermedad de esas que en el Siglo XIX podían llegar a ser mortales. Simplemente, estaba visitando Florencia.
El propio escritor lo describe así en Nápoles y Florencia: un viaje de Milán a Regio: «Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme».
A partir de esta descripción, la ciencia sanitaria ha descrito lo que se conoce “Síndrome de Stendhal” o “Síndrome de Florencia”, una enfermedad psicosomática cuyos síntomas son los ya descritos y que tiene sus causas en una especie de “saturación de belleza”.
Cientos de turistas han sufrido el síndrome de Florencia
Podríamos atribuir el caso a una especie de “sobreactuación romántica” del autor, pero la psiquiatra italiana Graziella Magherini llegó a observar más de cien casos similares entre los turistas que visitaban Florencia, de modo que en 1979 se aceptaba la existencia del síndrome.
Pero, ¿es tal la belleza acumulada en la ciudad que puede provocar síntomas físicos? ¿Qué tiene Florencia y no otras ciudades para que sea así?
Belleza, belleza, belleza…
Tal vez la respuesta empiece a desvelársenos en la Basílica de la Santa Cruz, donde Stendhal sufría tales síntomas allá por 1817. La eregían en 1272 los franciscanos tras la muerte de su padre fundador, San francisco de Asís. La luz concentrada, al altar mayor y la tuba que Miguel Ángel Bounarrotti soñó para sí mismo nos cortarán la respiración.
Pero no es tal basílica, ni con mucho el más impresionante de los monumentos florentinos. EL Duomo de Santa María de las Flores, el museo de la Ópera, donde se encuentra La Piedad, EL Ponte Vecchio, la Plaza de la Señora, la Galería de los Ufficci… Cientos… ¡Miles!… de muestra de arte, sean arquitectónicas, escultóricas o pictóricas jalonan Florencia.
Una ciudad que no cabe en ninguna parte
La ciudad no cabe en un escrito de poco más de cuatrocientas palabras, ni en cuatrocientas bibliotecas seríamos capaces de concentrar Florencia. Hay que visitarla, verla, sentirla, vivirla. Pero hablamos también de una ciudad cruel: aunque viviéramos cien vidas, nunca podríamos aprehenderla, llegar a conocerla por completo.
Florencia es la que provocó en Stendhal el gran susto de su viaje por tierras italianas y la que nos provocará lágrimas de placer con apenas guiñarnos un ojo e insinuarnos el tobillo de su hermosura.