La fuente del eterno amor

Es, posiblemente, la fuente más bonita de Roma. Es, con sus veinte metros de ancho y sus veintiséis de altura, la más grande la ciudad sin lugar a dudas. Hablamos de un punto de encuentro ineludible para romanos y visitantes: la Fontana de Trevi.

Entonando con Nat King Cole aquello de “Arrivederci Roma”, repasamos la no necesariamente romántica historia del monumento,  cuyos orígenes datan del año 19 a. C., cuando la Fontana constituía el final del acueducto llamado Aqua Virgo.

zTrevi Fountain

La primera fuente que debería llevar tal nombre se construía durante el Renacimiento. El que tomaba la iniciativa de hacerlo y ordenaba que así fuera era el papa Nicolás V, promotor de varias obras de arte que embellecerían Roma. El aspecto final de la Fontana de Trevi es el que alcanza en 1762, tras varios años de obras de la mano Nicola Salvi y rematada por Giuseppe Pannini.

Tres vías para llegar a un cuento de hadas

Por cierto que, por si alguien se lo pregunta, el nombre de Trevi proviene del apócope de “Tre Vie” (tres caminos), y es que la Fontana era el punto en el que confluían tres calles. Pero no es ésta la pregunta que más veces nos hemos hecho sobre tan bello monumento.

Ahora sí: respondemos a una curiosidad muy extendida: ¿Por qué siempre nos encontramos turistas junto al monumento lanzando monedas y haciéndose fotos? Pues el mito proviene del cine:

Una leyenda cinematográfica

La película “Tres monedas en una fuente”, de 1953, cuenta que si uno arroja una moneda a la Fontana de Trevi volverá a Roma; si son dos, encontrará el amor con una bella italiana –o un bello italiano, según el caso-; y si son tres las monedas que lanza al monumento, se casará con esa persona.

Para que este ritual funcione, deben lanzarse las monedas con la mano derechas y pasándolas sobre el hombro izquierdo. A quienes sí les funciona, se arrojen como se arrojen las monedas, es a los más necesitados: cada año se recogen más de un millón de euros de la fuente, que se destinan a fines benéficos desde el año 2007.

Nada debe estropear el éxtasis

De día o iluminada de noche, artificialmente, es uno de los monumentos más bellos de una de las ciudades más bellas del mundo, algo que aprovechan muchos vendedores de rosas. Las opciones son dos: comprarles una o estar de acuerdo con ellos en que la fuente es una belleza e indicarles, amablemente, que no lo va a ser más por que les compremos una flor.

El símbolo de un país: la Torre Eiffel

París es una ciudad de mil encantos, de modo que regresaremos a ella. Lo decimos porque, nada más leer el título, a más de uno se le han venido a la cabeza las Tullerías, el Arco del Triunfo, el Moulin Rouge… No queramos abarcar más de lo apretable: hoy toca la Torre Eiffel.

El monumento en cuestión debe su nombre a su diseñador: Gustave Eiffel. En poco más de dos años se levantaba tan faraónica obra, para lo que fue necesario el concurso de doscientos cincuenta obreros.

torre eiffel

Claro que no siempre ha sido objeto de admiración como lo es hoy en día: los trescientos veinticuatro metros de altura parecían una monstruosidad  a los ojos de los artistas del momento. Unido esto a la baja rentabilidad tras la exposición universal parisina, hizo que se planteara su derribo en más de una ocasión.

Útil y, de repente, bella

A principios del siglo pasado, con la llegada de las guerras mundiales, las autoridades dieron con uno de sus usos: hicieron de ella una descomunal antena de radiodifusión –paradójicamente, la guerra, en lugar de destruirlo, salvó al monumento-. Es más: la torre fue un punto clave en la victoria aliada.

Hoy por hoy, y gracias a la importancia de París en el mapa turístico mundial, la Torre Eiffel es el monumento más visitado del planeta, con más de siete millones de visitas al año. Unas visitas que se convierten en inolvidables si os decidimos a subir a la Torre. Eso sí, subiremos sólo si no sufrimos de vértigo.

La vía barata y la vía racional

Si deseamos subir al monumento, tenemos dos vías, una más barata y la otra más lógica. En cuanto a la primera, se refiere a subir por las escaleras. Podemos ahorrarnos unos euros, de acuerdo. Pero también podemos verlo de otro modo: hemos venido a conocer la Ciudad de la Luz y no es fácil hacerlo con las agujetas de haber subido 1665 escalones.

En cualquier caso, si el reto de subir las escaleras nos atrae, el límite está e el segundo piso, de modo que ni siquiera podemos acceder a la planta superior: no es que estemos en contra del deporte, es que de verdad vale la pena gastarse un poco más y disfrutar de las vistas.

Si podemos elegir, visitemos el monumento a primera hora de la mañana para ahorrarnos las eternas colas o cuando anochezca. Será entonces cuando entendamos por qué a París se le llama la Ciudad de las Luces.