Sentémonos en cualquier cafetería desde la que tengamos una buena vista del reloj. Veremos como los visitantes van llegando por centenares según se acerca la hora en punto. A pocos segundos de que llegue el momento, los murmullos van in crescendo.
¡La hora! ¡Salen las figuras! El “ooooh” de la boquiabierta multitud dura mucho más que el paseo de una verdadera obra de ingeniería, de tecnología punta medieval. Luego la atronadora ovación. Sólo un ciego o un inculto redomado y orgulloso de ello puede quejarse de lo breve de la visión.
¿Acaso no es suficiente un segundo para darnos cuenta de dónde está la belleza? ¿No basta un guiño para, ya que no enamorarnos, al menos intuir dónde está el amor? Sólo la ceguera o la idiotez (en el sentido etimológico de la palabra) impiden que uno se sienta orgulloso de sus tátara-tátara abuelos que, sin electricidad, sin los conocimientos de física y de mecánica de loa que disfrutamos hoy en día fueran capaces de ensamblar semejante ingenio.
Un mensaje a la vista de todos que somos incapaces de leer
Jan Hanus, en 1490 quiso transmitir un mensaje con el reloj que diseñó a un mundo mayoritariamente analfabeto. Pero sólo si miramos y escuchamos con un mínimo de respeto seremos capaces percibirlo.
¿Con que derecho nos reímos de alguien fue lo bastante inteligente como transmitir un mensaje complejo a quien sólo entendía las señales y las palabras habladas? Nada en la obra está dejado al azar. Todo tiene un porqué y un significado. El que no lo entendamos se explica del mismo modo que el que no tengamos los colmillos largos y fuertes del resto de los depredadores.
Despertar los colmillos dormidos
Del mismo modo que cuando el hombre descubrió el fuego y la carne pasada durante un tiempo por él estaba mucho más tierna, y que no lo mataba por alguna que otra maldic… enfermedad perdió unos colmillos que ya no necesitaba para desgarrar tan correoso alimento. Del mismo modo, decimos, cuando hemos aprendido a leer textos se nos ha atrofiado la capacidad de leer imágenes y símbolos.
De esta forma, quien contempla el reloj sólo ve una serie de pinturas y figuritas que pasan muy rápido.
Dejémonos guiar, dejémonos llevar
No es nuestra culpa no precisar de los colmillos, del mismo que no lo es el no necesitar –tanto- el leguaje simbólico, de modo que es recomendable acercarse a reloj tempranito y al menos con media hora de adelanto para saber, a través de una guía, qué vemos en qué punto y en qué momento.
Eso sí: hagámoslo con todo el respeto que merecen las personas, sin ninguna duda más inteligentes que nosotros, que diseñaron y construyeron esa maravilla. La vida suele ir mejor con un poquito de humildad.