En cuanto uno pone los pies en Mónaco, tiene la impresión de que debería estar pagando un dineral por desgastar sus calles con los pies. Afortunadamente, nadie se va a acercarnos a ver cuánto pesamos o lo duras que son nuestras suelas y cobrarnos el desgaste de acera en proporción.
Y uno de los sitios que más encanto posee del principado es el casco antiguo de la ciudad, con sus angostos callejones medievales que llevan a las curiosas plazas de San Nicolás y Placette Bosio, así como a la Capilla de la Misericordia, al Palacio de Justicia y, cómo no a la Catedral, estilo romano-bizantina, levantada en 1875.
Si seguimos una ruta “natural”, sin más objetivo que caminar, acabaremos casi con seguridad en la Plaza del Palacio. Allí, cada día, a las doce menos cinco, se produce el relevo de la Guardia de los Carabineros, justo ante el Palacio Principesco.
Un palacio de cuento de hadas
Palacio que, por cierto data del siglo XIII y que se remodelaba en el Renacimiento. En su interior, una espectacular galería italiana, con sus frescos del siglo XVI. Entre las maravillas que se pueden contemplar se halla la corte de honor y la escalera del sigo XVII, de doble giro y construida con mármol de Carrara. También son dignos de admiración la Galería de Hércules y el Salón Mazarin o la Habitación York.
El ala Norte del Palacio acoge el Museo de los Recuerdos Napoleónicos y Colecciones de los Archivos Históricos del Palacio. Traducido: más de mil objetos y documentos que nos dan una idea de lo que era el Primer Imperio.
Paisajes y rincones
Y algo más al norte, en la Place du Palais, un paraje maravilloso compuesto por lo Jardines de Saint Martin –remodelados hacia 1830, bajo el mandato de Honoré V- y, dentro de ellos, el Museo Oceanográfico, otra obra de arte arquitectónico que nos dejará sin aliento.
Un último punto de encuentro dentro del casco histórico monegasco: el Musée de la Chapell de la Visitation, acondicionado en una capilla del siglo XVIII, acoge obras maestras de Zurbarán, Ribera, Rubens…
Esta visita puede complementarse con paseos un tren turístico y la proyección, no lejos del Museo Oceanográfico, de una película sobre el arte y la historia del país. Y, en apenas unas horas, hemos descubierto que Mónaco es más que un casino y un circuito de carreras. Nunca es tarde, se el país es así de bonito. Y rico, pero no sólo en dinero.