Las desventuras de un dominguero (VIII)

Lo cierto es que después de mi experiencia con los deportes de aventura no debería haberme quedado con ganas de más. Pero uno es así: a un servidor, lo que no lo mata lo hace más fuerte; no se rinde ante la adversidad; busca superar sus límites… Que soy más tonto que hecho adrede, quiero decir.

En fin: el caso es que no sé decirle que no a mis amigos, y ellos se aprovechan de ello para reírse un rato a mi costa. Que yo soy tonto y ellos unos cabritos, por quitarles años. El caso el que los chicos propusieron un fin de semana de aventura. Sólo chicos.

ala delta

 

Como últimamente tengo unas ganas locas de liberar testosterona, dije que sí. Y el viernes nos fuimos a la montaña. Según iba llegando cada uno, le ofrecíamos el saludo oficial de cuando se juntan tres o más amigos y no hay mujeres delante de las que mostrarse delicado: ¡¡eeeeEEEEeeeeh!!

¡Glups!

Tras los preceptivos ¡¡eeeeEEEEeeeeh!!, cenamos y, a los postres, Álex, el organizador (de ahora en adelante, Álex el Cabrito. Es joven) nos contó el plan… ¡¡Ala delta!!  Cuando vieron que me ponía blanco y empezaba a sudar, trataron de calmarme: que si sensaciones de paz, de libertad, que si tranquilo que está todo muy controlado. El caso es que, no sé cómo, me convencieron.

Esa noche apenas dormí: ¿sabes esas pesadillas en las que sueñas que te estrellas? Pues las mías tenían una base real.

Por la mañana con unas ojeras que me hacían parecer un mapache, desayuné, consciente de que ése podía ser mi último desayuno, de modo que me di un atracón pantagruélico. Nos dirigimos en coche al lugar donde nos íbamos a lanzar y adonde había llegado ya mitad del grupo, que se estaba ocupando de montar las alas delta.

Despegando

Desde mi punto de vista, tardaron poco. Como más o menos la mitad éramos novatos en tales lides, nos dieron las instrucciones básicas y nos invitaron a que imitáramos los gestos de los primeros en planear. Luego, cada novato se subió con un veterano.

No sé cómo fui capaz de tomar impulso cuando me lo dijeron, ni cómo no sufrí un ataque al corazón cuando el suelo se acabó debajo de mis pies. El caso es que me encontré de pronto con las piernas dentro del saco y mi compañero diciéndome que lo estaba haciendo muy bien, que relajara y que abriera los ojos, hombre, que me iba a perder el paisaje.

Ante todo, no mirar abajo

Yo, por mi parte, sólo era capaz de repetir para mis adentros, como un mantra, “Nomiresabajonomiresabajonomiresabajonomiresabajo…” Y, cuando abrí los ojos, se me repartió el desayuno entre la boca y otros agujeros menos nobles. Sólo espero que el águila que volaba debajo de nosotros no tuviera sentido del olfato ni sea rencorosa.

Aterrizamos y, después de que tanto mi enfadado instructor como yo mismo nos ducháramos, nos fuimos a comentar la experiencia a un bar del pueblo. Bueno: en realidad, para mi disgusto nos fuimos a comentar MI experiencia y (mis amigos) a reírse el resto del fin de semana de mí.