Menorca, un paraíso de Maó a Ciutadella (I)

Esta maravillosa isla es nada menos reserva de la biosfera, gracias a la magnífica integración que se lleva a cabo en cuanto al consumo de recursos, el cuidado del patrimonio natural y cultural y el desarrollo de una actividad económica que procura ser sostenible.

Y no es para menos, porque de punta a punta de la isla descubrimos lugares llenos de encanto. Desde pueblecitos de pescadores a playas salvajes en pequeñas calas. Además, Menorca rebosa historia y cultura por los cuatro costados.

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Las desventuras de un dominguero (VIII)

Lo cierto es que después de mi experiencia con los deportes de aventura no debería haberme quedado con ganas de más. Pero uno es así: a un servidor, lo que no lo mata lo hace más fuerte; no se rinde ante la adversidad; busca superar sus límites… Que soy más tonto que hecho adrede, quiero decir.

En fin: el caso es que no sé decirle que no a mis amigos, y ellos se aprovechan de ello para reírse un rato a mi costa. Que yo soy tonto y ellos unos cabritos, por quitarles años. El caso el que los chicos propusieron un fin de semana de aventura. Sólo chicos.

ala delta

 

Como últimamente tengo unas ganas locas de liberar testosterona, dije que sí. Y el viernes nos fuimos a la montaña. Según iba llegando cada uno, le ofrecíamos el saludo oficial de cuando se juntan tres o más amigos y no hay mujeres delante de las que mostrarse delicado: ¡¡eeeeEEEEeeeeh!!

¡Glups!

Tras los preceptivos ¡¡eeeeEEEEeeeeh!!, cenamos y, a los postres, Álex, el organizador (de ahora en adelante, Álex el Cabrito. Es joven) nos contó el plan… ¡¡Ala delta!!  Cuando vieron que me ponía blanco y empezaba a sudar, trataron de calmarme: que si sensaciones de paz, de libertad, que si tranquilo que está todo muy controlado. El caso es que, no sé cómo, me convencieron.

Esa noche apenas dormí: ¿sabes esas pesadillas en las que sueñas que te estrellas? Pues las mías tenían una base real.

Por la mañana con unas ojeras que me hacían parecer un mapache, desayuné, consciente de que ése podía ser mi último desayuno, de modo que me di un atracón pantagruélico. Nos dirigimos en coche al lugar donde nos íbamos a lanzar y adonde había llegado ya mitad del grupo, que se estaba ocupando de montar las alas delta.

Despegando

Desde mi punto de vista, tardaron poco. Como más o menos la mitad éramos novatos en tales lides, nos dieron las instrucciones básicas y nos invitaron a que imitáramos los gestos de los primeros en planear. Luego, cada novato se subió con un veterano.

No sé cómo fui capaz de tomar impulso cuando me lo dijeron, ni cómo no sufrí un ataque al corazón cuando el suelo se acabó debajo de mis pies. El caso es que me encontré de pronto con las piernas dentro del saco y mi compañero diciéndome que lo estaba haciendo muy bien, que relajara y que abriera los ojos, hombre, que me iba a perder el paisaje.

Ante todo, no mirar abajo

Yo, por mi parte, sólo era capaz de repetir para mis adentros, como un mantra, “Nomiresabajonomiresabajonomiresabajonomiresabajo…” Y, cuando abrí los ojos, se me repartió el desayuno entre la boca y otros agujeros menos nobles. Sólo espero que el águila que volaba debajo de nosotros no tuviera sentido del olfato ni sea rencorosa.

Aterrizamos y, después de que tanto mi enfadado instructor como yo mismo nos ducháramos, nos fuimos a comentar la experiencia a un bar del pueblo. Bueno: en realidad, para mi disgusto nos fuimos a comentar MI experiencia y (mis amigos) a reírse el resto del fin de semana de mí.

¿Qué hacer este fin de semana en Teruel?

Si estás pensando en visitar esta provincia el fin de semana, estas de suerte. Teruel te ofrece la combinación perfecta para ti. Una ocasión única de disfrutar de las verdaderas razones que hacen diferente a Teruel. Su tradición medieval y sus sabores.

Entre artesanos y juglares

Los días 9 y 10 de Marzo, en la provincia de Teruel contamos con las III Encuentro con la Historia en Estercuel, un pueblo que a pesar de ser pequeño posee una rica arquitectura y patrimonio medieval.

A pesar de ser un pueblo de apenas 300 habitantes, estas jornadas hacen del municipio una puerta que comunica presente y pasado, trasladándonos al periodo del 1250 a 1300. Con un escenario insuperable. Y casi un centenar de actores recrean este momento tan importante en la historia del pueblo.

La carta puebla

Hablamos de la Concesión de la Carta Puebla a Estercuel, entregada por Pedro II en 1209. Lo que dio origen 800 años después a al “I Encuentro con la Historia”, para representar y recordar a todo aquel que quisiera participar, este hecho histórico.

Cada jornada es distinta a la anterior, ya que en la segunda entrega (2011) se vivieron hechos datados desde 1209 hasta 1250, momento en el que el Estercuel pasa de ser Pueblo a ser cabeza de señorío.

Viaje en el tiempo

También contaran con el Mercadillo Medieval, quien lo llevara Amata, una asociación de artesanos con unos 20 tenderetes. Con productos artesanales de autor: Cerámicas, peletería, juguetes de madera, etc. Incluso hasta cuatro talleres para niños, donde crear su propia pieza de artesanía personalizada.

Pasacalles y trovadores darán amenizaran a los asistentes con sus canciones y melodías. Sonaran gaitas y tambores. Grandes historias narradas que nos harán disfrutar y conocer más la historia. Para los más pequeños encontraremos un gran surtido de juegos de mesa tradicionales y carruseles.

Disfruta la trufa

El día 10 de Marzo termina lo que empezó siendo la I Jornadas Gastronómicas de la Trufa Negra de Teruel, que empezaron el día 21 de Febrero. Organizadas por las Asociaciones de Truficultores y la de Empresarios Turísticos de Teruel.

El objetivo fue lanzar el consumo de esta espectacular joya gastronómica. Introduciéndola en menús y cartas de establecimientos. Así pues, se diseñaron programas y cursos donde enseñaron trucos y recetas desarrollados comidas. Durante los días 4 y 5 de Febrero.

Puedes disfrutar de lo que aprendieron los distintos establecimientos de 3 maneras:

  1. TAPAS… de Lujo. Tapa/pincho coronado con Trufa de Teruel.+ vino joven. Precio 3€
  2. Menú del día…de lujo. Dos platos (con trufa) y vino joven+ Postre. Precio 15€
  3. Menú degustación…100×100 lujo. Cuatro Platos+ Postre. Con vino crianza. Precio 30 €

Actividades ideales para completar cualquier itinerario por la zona.

Las desventuras de un dominguero (I)

¡Albricias! ¡Un fin de semana largo! Salgo el jueves a las siete de la tarde y hasta el lunes a las ocho de la mañana no me ven el pelo. Bueno, el pelo de la barba, que el de la cabeza hace ya unos años que no se me ve… ¡Me voy de finde a la playa!

El jueves por la noche, preparando las maletas hasta las dos de la mañana después de explicarle a los nenes que sí, que vamos a la playa, pero  descansar, que eso de bañarse con quince grados de temperatura ambiental no es bueno.

Dominguero

Que llévate algo de abrigo. Que nos vamos tres días, no tres meses. Que si has revisado el coche. Que sí, que no… Total, las cuatro. Y mañana queremos salir sobre las siete para evitar el atascazo.

Comienza la odisea

¡Riiiinnnggg! Pocas veces sienta tan mal el despertador como al inicio de un “finde” largo. Y pocas veces mejor la ducha y el café para despertarse. Vamos, chicos, arriba. Ya me veo paseando tranquilo por el muelle, o pescando sin que nadie me moleste. Entre despertares, higienes y desayunos, salimos a las ocho y seis minutos de casa. Como varios millones de viajeros más. Ríete tú de la hora punta.

Tras el “Concierto de claxon en piiiii mayor sostenido hasta que se nos cae”, alcanzamos la autovía con tráfico medianamente fluido a eso de las once. El chiquillo tiene que ir al baño. La chiquilla debería haberlo hecho hace diez minutos. Bienaventurado el inventor de las áreas de servicio.

Un alto en el camino

Mamá cambiando al bebé. El chico en el baño y yo dándome de codazos con un camionero de metro noventa, malhumorado porque tiene que trabajar, para pedir dos cafés, una limonada y… ¿Qué era lo que su madre había dicho que tomaría el bebé? ¿Cerveza?… No… ¿verdad?

En fin, a las doce, tras soportar malos modos y peores humores de los felices viajeros, retomamos la ruta. Trescientos kilómetros, tres estaciones de servicio, una comida con sabor y textura de cartón y un pañal más tarde, llegamos al hotel. Las cinco de la tarde. Todo un record.
Atascazo

¡No hay tregua!

Cuando me dispongo a disfrutar de una merecida siesta, mamá me taladra con la mirada. Que cómo que siesta, que nos vamos a ver el pueblo que es precioso. Resistiendo la tentación de darle las llaves del coche y de la habitación, sonrío y con un “sólo eran cinco minutos para estirar la espalda”, me incorporo. Me duelen hasta las patillas de las gafas.

El paseo se prolonga hasta que cae el sol, momento el que casi grito de alivio y placer al descansar mis maltrechos huesos en una silla de restaurante indigna hasta para un faquir. La cena. Como es un restaurante “para turistas” o como nos han visto cara de tontos, por dos menús del día y un plato de lomo con patatas nos cobran 70 euros.

El merecido descanso… Si podemos

Al hotel. A dormir. Y mañana será otro día, si es que la juerga de la calle y la parejita de la habitación de al lado me dejan descansar un rato para que pueda distinguir entre hoy y mañana.

¿A quien se la ha ocurrido la brillante idea de pedir que nos despierten a las ocho? Ah. Claro. A mí. Es que hoy nos vamos de visita a los pueblos de alrededor, que son muy bonitos y muy turísticos.

Después de pasarnos la mañana pateando un pueblo muy típico (se ve que lo típico de aquí es que un pueblo sean cuatro casas pintadas de naranja), a comer. Esta vez unos bocadillos, que la cena de anoche nos dejó la cartera para pocas bromas.

Con las fuerzas renovadas

Seguimos ruta hasta la hora de la cena esquivando a unas señoras que pretenden vendernos artesanía local y que se molestan cuando les digo, a la quinta vez que nos insisten, dónde puede colgarse su esposo, si es que lo tienen, los collarcitos hechos con cantos rodados. A la cama, a ver si mañana podemos relajarnos.

Playita

Como es sábado, la francachela de la calle me desquicia hasta  tal punto que juro sobre el Libro Gordo de Petete que no vuelvo a salir de fin de semana. Encima, mi equipo de fútbol ha perdido por cero a seis Eso me pasa por ser del Atlético Villaquetempujo.

El regreso de Ulises

Domingo. Hacemos las maletas. Que no se quede nada ¿Y el bebé? ¡Ay, qué cabeza! Vamos a la tienda regalos. Esa que no cierra ni por defunción del dueño ¿Qué es típico de aquí para llevarle a una familia y amigos que esconderán el regalo en un cajón en cuanto salga por la puerta? Pago por unos collares de cantos rodados el triple de lo que me pedían ayer mismo las vendedoras callejeras.

Comemos. Salimos. Cuatro estaciones de servicio. Dos pañales. Un atasco de dos horas. A la cama ¿Cuánto queda para el próximo fin de semana de tres días o para el próximo puente? ¿Cuánto tiempo para reponerme, trabajando ocho horas diarias me queda hasta la próxima visita turística? ¿Es legal quemar mi propio coche para no tener que salir de la ciudad nunca más?

Las desventuras de un dominguero (II)

Si es que no aprendo: ¿Cuándo me daré cuenta de que el fin de semana no se hizo para mí? Esta vez he decidido que me apetecía  un poco de aventura, de modo que he ido de geocaching. Pudiendo echar un partido con los amigos o dedicarme intensamente al sillón-ball, voy y me dedico a ponerme perdido en busca de un tesoro que “no es tesoro ni es na’”.

El geocachin, para quien no lo sepa, consiste en mirar en Internet en qué coordenadas ha dejado alguien una caja con algo dentro. Se supone quede cierto valor. Luego, tirando de GPS, te dedicas a patear bosque, montaña o el desierto del Gobi hasta que das con el “cache” o cofre del tesoro; cambias lo que haya dentro por otro objeto de más valor y el lunes cuelgas en Internet tu maravilloso logro, diciendo lo bonito que es todo, lo majo del que dejó lo que dejara en la caja lo que tú has encontrado y lo rosado de los tonos del mundo que te rodea.

Dominguero

Pues mira: aquí está mi experiencia con este maravilloso deporte de aventura: resulta que el sábado me levanté a las cinco de la mañana –la hora de acostarme hasta no hace mucho- y me reuní con los dos buscasetas que tengo por amigos para salir en coche hacia el sitio donde se supone que estaba el cache.

¿¡A qué distancia dices que está!?

Algo iba mal: dejamos el coche aparcado a diez kilómetro de donde se suponía que estaba la caja. Cuando se lo hice notar, los tíos van y se ríen de mí: que si esto es un deporte, que si espabílate que estás oxidado, que si no estuviera jarreando y apenas hubiera amanecido ibas a ver tú.

Total, que me cargo la mochila con sus quince kilo de peso (exagero, pero no demasiado) y, bajo una lluvia que dejaría el Diluvio Universal por un chiri miri, me pongo a seguir a esas dos cabras montesas que sospecho que me invitaron a la jornada deportiva para tener a alguien de quien reírse.

Un alto en el camino, para ¿disfrutar del paisaje?

A media mañana y, según el GPS a cinco kilómetros del objetivo, nos paramos en un claro del bosque, a comer  un bocadillo. Un servidor boqueando, empapado y con barro en los rincones más insospechados de mi anatomía, creía que los kilómetros que faltaban eran los que nos habíamos pasado del escondite.

Afortunadamente, cuando ya estábamos llegando, dejó de llover. Lástima que la hierba no lo supiera y se empeñara en resbalar como si fuera hielo. Pueden dar buena cuenta de ello partes de nombre poco noble entre mi espalada y mis piernas.

¡¡Meta!! ¿Volver? ¿¡Cómo que volver!?

Llegamos. Localizamos la cajita y entonces me negué rotundamente, cuando hubimos comido, a remprender el camino de vuelta si no era en unas angarillas. Que me dejaran allí y fuera presa para los lobos. Decidle a mi mujer que muero pensando en ella y a mi banquero que la hipoteca la va a pagar su señor padre.

Mis amigos (con qué alegría uso esa palabra) se apiadaron de mí y, mientras uno se quedaba con lo que quedaba mí, el otro se acercó al coche y lo trajo a cien metros de donde yacía, exhausto y a punto de pedir que me cubrieran los párpados con los óbolos para Caronte.

Con el mismo cuidado con el que se trataría a un saco de patatas –delicadas, vale, pero patatas- me sacaron la mochila de encima, ya que yo no había sido capaz de incorporarme para hacerlo y me metieron en el asiento trasero.

Lo mío no es normal

Lo siguiente que recuerdo es haberme despertado en mi cama, con dolores atroces. Era hoy, lunes, 40 horas más tarde.  He ido a trabajar con dolores en músculos de cuya existencia no tenía conocimiento y, cada vez que tenía que dar un paso estaba a punto de pedir una ambulancia.

Pero lo peor de todo, lo más grave es que, mientras escribo esto, con rasguños y cortes que parecen fruto de una pelea con un tigre cabreado, estoy planteándome repetir el paseo el próximo fin de semana… ¿Será normal, lo mío?

¿Que qué había en la caja? Para mirarla estaba yo…