No sé por qué no lo había hecho antes, pero el caso es que aún no había hablado de una de las comarcas más bonitas –con diferencia- de España, lo que equivale a decir, sin pecar en exceso de chauvinista, de una de las más bellas del Planeta.
No pienso discutir, de todos modos, si alguien me dice patriotero, entre otros motivos porque, aunque no me considero como tal, no puedo darme el lujo de ser neutral cuando hablo de El Bierzo. Y no puedo serlo porque aún recuerdo los buenos ratos en Villafranca del Bierzo, en Cacabelos, en Vega de Espinareda…
Además, de la capital de la comarca, de Ponferrada provenía la mujer que me enamoró por primera vez, de modo que, entre visita y visita, alguna vez me perdí intencionadamente en sus calles o me soñé templario en su castillo.
Entre dos regiones
Aquel amor, de hace ya una buena cantidad de años, se fue, pero como todo primer amor dejó su cicatriz. Y de cuando en cuando, al humedecerse el recuerdo de Ponferrada, la cicatriz pica, recordándome que llevo debajo de ella una piedrecita de esta comarca entre León y Galicia.
Pero no se trata de hablar de mí, que al fin y al cabo tengo un interés poco mayor que el de un guijarro en cualquier camino. Se trata de hablar de una comarca, de una tierra en la que sus gentes te acogen como si fueras de la familia antes incluso de conocerte. Se trata de hablar de unos pueblos, de una ciudad marcados por el Camino de Santiago.
El Camino de Santiago
La Ruta Jacobea ha jalonado de arte El Bierzo (como al resto del Norte español) y marcado el carácter de quienes viven al borde del camino: además de los hospitales y de la huella del Temple, además del más duro de los románicos, la Ruta de las Estrellas ha dejado un poso de apertura en las gentes que se han acostumbrado a acoger y cuidar al peregrino.
Más allá de sus gentes (si es que puede haber algo más allá); más allá del arte, el entorno del Bierzo invita a verlo, a maravillarse y a no querer abandonar jamás esa visión. Un ejemplo claro es el que supone el paraje de Las Médulas, antigua explotación de oro romana que ha marcado las montañas y que provoca el pasmo de cuantos pasan cerca de ellas.
Pero eso, amigo, será tema de otro artículo, pues no ha de caberte duda de que volveremos por El Bierzo.