Camino francés: Molinaseca-Vega de Valcarce (etapa doble)

El despertador es un sonido apenas entreoído que, sin embargo, consigue despertarme. Mientras desayuno -fuerte, con hambre de auténtico lobo- consulto la previsión del tiempo. Para hoy, bajan las temperaturas, de modo que, y aprovechando lo llano del trayecto, decido unir de nuevo dos etapas.

Según lo pienso, me suena a un esfuerzo sobrehumano, pero ya me quedan muy pocas etapas llanas, de modo que voy a aprovecharlas.

Salgo de Molinaseca hacia Ponferrada, ciudad de la que se han escrito libros, cuyos rincones conozco –muchos de ellos, más de lo recomendable- y de la que estoy tan enamorado que no necesito siquiera abrir los ojos para reconocer el camino por el que la cruzo. Eso sí: no me resisto a acercarme por el castillo del Temple, en la parte baja de la ciudad, asociado a muchos y muy buenos recuerdos.

Encandilado por una de las comarcas más bellas de España

Bien señalizado, sigo el Camino hacia Columbrianos, dejando el ayuntamiento a la izquierda y cruzando el Sil. Desde aquí, encaro la senda que me va a dejar en Camponaraya, unos once kilómetros más allá. Por suerte, el Camino Real tiende a ser llano, con pequeñas lomas aquí y allá.

Desde aquí, y tras descansar unos minutos y apurar una cerveza (me apetecía, qué le vamos a hacer), arranco hacia Cacabelos, fin de la etapa tradicional pero ecuador de la mía. Tras cuatro horas y pico, de nuevo me tienta respetar la tradición y quedarme en el kilómetro veinticinco. En lugar de ello, me doy un chapuzón rápido en el río Cúa y me calzo de nuevo para afrontar los nueve kilómetros de relieve irregular hasta Villafranca del Bierzo.

Belleza y dolor

Los calambres se hacen presentes apenas comienzo la subida, suave, en líneas generales, hacia Trabadelo, de modo que debo detenerme, buscando una sombra y, tras unos estiramientos y comerme un plátano, calculo cuánto me queda y qué me supondría volver a la bella Villafranca.

Pero retroceder ese kilómetro  pico, sería un golpe enorme para una moral que, por tramos, es lo único que hace que las piernas se muevan de la forma correcta y en dirección al ansiado Campo de Estrellas. Adelante, por más que falten quince kilómetros para acabar la segunda parte de la etapa.

Golpe a golpe, verso a verso

Cuando empecé esta aventura, hace casi un mes, sabía que iba a disfrutar y a sufrir a partes iguales. En estos momentos, toca lo segundo, de modo que ni siquiera soy capaz de apreciar la belleza y buena acogida de Trabadelo, a seis kilómetros de la meta. Aquí, entro a comer en un restaurante. Tengo que comer fuerte, pues, aunque estoy cerca del final de la etapa, cada músculo de mi cuerpo está sacando la bandera blanca.

Un paso. Otro. No transcurren los kilómetros sino ya los metros. El sobreesfuerzo me ha provocado un fuerte pinchazo en la pierna derecha, de forma que, en cuanto dejo la mochila en el albergue de Vega de  Valcarce, me ducho, me aplico una crema de calor medio y examino la próxima etapa.

No va a ir más allá de los treintaitrés kilómetros, visto que mañana sí que va apretar el sol y visto, sobre todo que he de afrontar la temible subida de O Cebreiro. Con todo, voy a entrar en Galicia hecho un verdadero cromo.

En fin, a dormir, y a ver si mañana alcanzo Trascastela.

La otra Ibiza: paraíso hippie

Es increíble el cambio que ha tenido la isla de Ibiza en las últimas décadas. Desde aquellos años en los que personas venidas de todas partes del mundo encontraba en sus playas la paz y el bienestar necesarios para vivir.

Y es que en la isla no todo siempre ha sido fiestas, raves en la playa y música electrónica. Aunque si es verdad que poco queda de esa vertiente hippie que invadió las playas y cuevas de mensajes de amor y paz, Ibiza sigue teniendo sus calas, mercados hippies y sus lugares donde aún remansa la tranquilidad.

Los hippies llegan a la Isla

Tras la II Guerra Mundial y sus barbaries el mundo se conmocionó. Un nuevo movimiento se estaba gestando, el cual exigía la paz y la palabra como arma. Seguidores de esta manera de vida, la conocida como hippie encontraron en la isla de Ibiza un paraíso donde tenían todo lo que andaban buscando.

Jóvenes europeos y americanos llenaron la isla en los años 60, poniéndola al mismo nivel dentro de este movimiento que San Francisco o Ámsterdam. Pero que fue decayendo a medida que los 70 fueron desapareciendo abriendo paso a los 80.

Es Canar, esencia hippie

Aunque han pasado más de treinta años desde que los hippies fueran desapareciendo, ellos y su influencia no se han perdido del todo. La esencia de aquellos años junto con la protección de algunos lugares que se mantienen casi vírgenes, siguen en la parte norte de la isla.

Uno de ellos es la playa de Es Canar, a unos veinte kilómetros al norte de Ibiza. Un lugar que ya en su forma es muy insinuante, pues tiene forma de media luna con arena dorada y aguas cristalinas.

Es un sitio donde poder disfrutar con la familia por el día, pues es una playa de ambiente familiar, aparte de ser un buen lugar donde hacer deportes acuáticos como submarinismo. Algo que favorece la claridad de sus aguas.

Pero también es un punto de encuentro una vez que el sol cae, los más jóvenes disfrutan de terrazas chill out en la zona del puerto. Un lugar en donde se sigue manteniendo esa magia hippie, pues todos los miércoles es el punto de reunión donde comerciantes y artesanos sitúan el mercadillo tradicional hippie.

Ibiza tiene miles de calas como la de Cala Nova, Cala Llenya, Talamanca o la Cala de San Vicente. Que aunque se encuentran fuera del municipio merece la pena visitar.

Playas que recorrer y descubrir y que aun poseen esa magia y fuera de los que un día quisieron cambiar el mundo, quizás por eso la isla es uno de los lugares más magnéticos del mundo.