Uno de mis motivos favoritos para viajar son los conciertos. Es más: si mi economía me lo permitiera, acabaría por disfrutar de una docena de ellos al año. Pero como no es así, los grandes conciertos de mi vida se reducen a media docenita, en lo que he vivido hasta hoy.
Uno de esos directos lo protagonizaban la banda de rock alemana Scorpions, en Vigo. Da la casualidad de que por entonces, a pesar de que mi hermana vivía allí y mis padres tenían una vivienda cerca, yo no conocía la ciudad, de modo que me escapé para unos días, como cinco o seis.
Con la casa de mi (santa y paciente) hermana como base, el primer día, nos fuimos de paseo por la llamada Ciudad Olívica (el olivo es el árbol que se asocia con Vigo desde que en el S XIV los templarios plantaran uno en el atrio del templo de Santa María, que sobrevivió a la presencia de los caballeros en la ciudad).
Del Medievo al siglo XXI
Aunque se trata de una ciudad netamente industrial, portuaria, más bien, Vigo posee rincones encantadores. Tal es el caso del Casco Vello, con su plaza de A Pedra o la Concatedral de Santa María. Este centro histórico está declarado Bien de interés cultural como conjunto histórico por la Xunta de Galicia.
Es también delicioso el paseo por la Alameda, cerca del puerto deportivo y justo al lado del mencionado Casco Vello. Un lugar de caminata tranquila entre magnolios y camelios o de bullicio nocturno, entre sus numerosos bares.
Contrastes deliciosos
Otros puntos de interés turístico son la Porta de sol con su –para mí horrible- “Sireno”; el Monte do Castro, segunda mayor zona verde de Vigo donde quedan restos de edificaciones castrenses de la Edad de Hierro; así como las calles Príncipe, Urzáiz y Gran Vía, epicentro comercial y de ocio de la ciudad.
Me dejo en el tintero muchos lugares de interés, pues en aquella visita así lo hice. El viaje siguió por la noche, con el concierto, espectacular, de Scorpions en el Pabellón de “As Travesas”. Volví a casa con una ronquera como no había sufrido nunca ni he vuelto a padecer.
Dedicamos los siguientes días a visitar los alrededores de la ciudad, curioseando aquí y allí: Baiona, Cangas, Porriño… de modo que esa primera toma de contacto me supo a muy poco. Lo que no podía saber es que, años después, me sacaría el carnet de conducir en Vigo. Y, mira: es otra forma de conocer la ciudad, a sus ciudadanos y, llegado el caso, acordarse de sus antepasados. Pero esa es otra historia.