Hace muchos años, entre unas amigas y yo decidimos visitar la comunidad de Galicia o por lo menos parte de ella, el tren salió de Chamartín en Madrid y, cogiendo vía, llegamos a Santiago de Compostela como base de operaciones, pero lo que nos dejó encandiladas fue el trayecto, ya entrando en esta hermosa región percibimos que sus verdes aunque de distintas tonalidades coincidían perfectamente entre sí, dejándonos sin habla.
Sus hermosas praderas, sus montañas, sus parajes, sus colores nos transportaron a una época no vivida, donde tanto las hadas como los duendes o las brujas podían aparecer en cualquier momento para saludarnos.
Al fin llegamos a Santiago de Compostela, como he mencionado antes, como base de operaciones, desde allí, donde íbamos a pernoctar durante algunos días en un hotelito barato pero muy coqueto y extremadamente limpio, planearíamos como serian parte de nuestras vacaciones.
Reponiendo fuerzas
Como habíamos llegado esa mañana y el trayecto aunque asombroso también fue un poco cansado, nos dispusimos a encontrar un restaurante para picotear algo, y encontramos uno pequeño pero muy acogedor donde su gastronomía no tenía que envidiar a los mejores restaurantes de la zona.
Como buena zona de mariscos, pedimos una mariscada para todas, acompañada de un perfecto vino albariño muy fresquito; y finalizanda con un postre típico de allí, del cual no recuerdo el nombre pero que me encantaría recordar, ¡estaba delicioso!
Po-las rúas
Después de este suculento banquete decidimos visitar algo de Santiago de Compostela, para bajar un poco la extraordinaria comida, paseando, hablando y parándonos a cada metro por sus callejuelas impresionantes y sin darnos cuenta llegamos a su catedral, que nos impactó sobremanera sólo por fuera. Decidimos entrar y su gran belleza arquitectónica nos dejó sin habla.
Al día siguiente decidimos ir a La Coruña en autobús y lo primero que hicimos es ir a una agencia de viajes para que nos dieran un folleto de los sitios más turísticos y visitados, pero para hacerlo nosotras mismas, o sea, ir a nuestro aire, parar dónde y cuánto tiempo quisiéramos.
Lugares inolvidables
Nuestra primera parada fue la “Torre de Hércules”, sabiendo que es el faro más antiguo del mundo y que aún está activo, nos dejamos cautivar por los paisajes (y el ventarrón) que se pueden ver desde esta hermosa atalaya, decidimos subir al faro (agotador) pero no importó, porque nada tienen que ver las vistas desde abajo, que son preciosas, con las vistas desde lo alto en el faro, que son magníficas.
Después fuimos por el Paseo Marítimo, con sus encantadoras vistas como postales marinas, como si fueran cuadros de acuarela.
Volvería una y mil veces
Al día siguiente nos fuimos a la playa y el problema era que no sabíamos a cuál ir ya que todas nos parecían preciosas y nos decantamos por la playa “De Las Adormideras”, increíble esta playa, y preciosa ¡que arena más fina!, después nos fuimos a visitar el “Museo de la Ciencia” (fenomenal), “la Casa del Hombre” (fantástico) y el “Acuario” (precioso), donde nos lo pasamos como si fuéramos crías.
Tengo ganas de volver a ver aquellos rincones gallegos donde mi imaginación se disparó sin que nada la frenara, bueno, solo la frenó el continuo parloteo de mis amigas, que me regresaron a la realidad.