Recuerdos que vuelven, Sant Feliu de Guixols

Hoy me he levantado terriblemente temprano, algo que si en el resto del año es rarísimo en mí, en verano ya ni os cuento. Tanto es así que creo recordar todos los días que ha pasado algo así en mi vida. Y es que levantarte antes incluso de la llamada “fresca”, en mi mundo, solo era sinónimo de algo: Vacaciones familiares.

Ese recuerdo de levantarte aun ni habiendo amaneciendo, tener que quitarte tu madre el pijamilla de verano (ese que no existe en tu vida desde los 12 años), vestirte, desayunar dormido y meterte en ese coche a reventar, no abriendo los ojos hasta llegar a la playa, oliendo a sal.

Mis padres, como buena clase media, eran de esos que todos los años, 15 días arrastraban a la familia completa a la playa. Algo hoy en día impensable. Muchos son los sitios que en los que clavaría una banderita para indicar que he estado, al igual que mi padre la sombrilla, pero quizás mi primer recuerdo fue, sin duda Sant Feliu de Guixols, donde volví otras 3 veces más.

Después de casi 10 horas, llegada

El entonces casi deportivo de mi padre, un Nissan Cherry del 85, la cinta de Julio Iglesias (la cual no se oía con el ruido del aire entrando por la ventana, porque de aire acondicionado nada), 8 paradas en cualquier cuneta a modo de servicio o por motivos de mareo, por ese olor permanente a gasolina y casi 10 horas después y ya habíamos llegado.

De salir del sofocante calor de La Mancha a pleno corazón de la Costa Brava. Para los que no localicéis este municipio, os recuerdo que Sant Feliu de Guíxols se encuentra en la provincia de Gerona y es famoso por ser el lugar de veraneo de Carmen Cervera, quien impulso a la conservación de un monasterio del S. XVIII de los monjes benedictinos, ahora museo.

Calitas mágicas

Pero si por algo puede presumir Sant Feliu es de sus calas, escondidas por toda la ciudad, como la de Urgell, Vigatà, la d en Bosc, de Peix, Ametller y mi preferida, la Cala de Jonca, el que entonces era mi pequeño paraíso.

Encontramos esta cala casi de casualidad, mientras volvíamos al hotel. Traspasando la frondosa vegetación descubrimos un pequeño terraplén de acceso algo engorroso, pero no imposible. Un sitio que parecía casi virgen y en el cual me sentía uno de esos colonos descubriendo el paraíso.

La Cala de Jonca, aunque de grano muy grueso, es ideal para estar solo, ya que por este tipo de arena siempre está vacía o casi. Pero cuyo paisaje, enmarcada entre dos barrancos, es único para ver caer el sol en sus aguas claras.

Un consejo, es muy recomendable que tu viaje te pille estando allí el día 1 de Agosto, ya que son su Fiesta Grande o Festa Major. Hoy os regalo este recuerdo de mi niñez que me ha levantado de la cama.