Destrocemos el tópico. Vayamos a Castilla La Mancha ¿Por qué ir a la playa a tragar agua salada, cando podemos bañarnos en agua dulce? ¿Para qué buscar paisajes de montaña que cortan la respiración, si podemos quedarnos extasiados ante la grandeza del desfiladero de Despeñaperros?
El saber –o la ignorancia- popular considera a Castilla-La Mancha una especie de desierto, un secarral en el que incluso las uvas han de crecer de unas cepas que más viven como cactus. Acabemos con esa falacia. Viajemos por allí por donde Cervantes hizo caminar al Quijote. Caeremos rendidos ante paisajes, comidas y, sobre todo, gentes.
Repasemos las huellas de don Alonso Quijano
La oferta es inmensa, de modo que, por empezar por algún sitio, hagámoslo por el lugar que se atribuye la novelesca casa del Quijote: Villanueva de los Infantes. Se trata de un pueblo de tamaño medio -dejemos los números para los estadísticos- donde roza el imposible girarse trescientos sesenta y cinco grados, sea en el punto que sea, y no ver algún rincón bello.
Abandonamos esta localidad, no sin antes disfrutar de la innegable hospitalidad de los infanteños. El campo que rodea Infantes está dominado por las viñas, principal cultivo y sustento de la región. Además, si deseamos ver un maravilloso espectáculo natural, echemos un vistazo al paisaje, sobre todo en primavera, cuando se tiñe de verde, rojo y amarillo, gracias a los diferentes tipos de vegetación.
Comamos, bebamos y disfrutemos
Llegamos a cualquier otra localidad del entorno, cualquiera con un restaurante o un bar donde comer por muy poco dinero. Que sea… La Solana. Allí, comamos unas migas, unas gachas o cualquier tipo de carne de caza ¿Quién dijo que envidiáramos a los comensales de locales con muchas estrellas Michelin?
Una vez llenos –muy llenos, por lo general-, seguimos ruta y hacemos escala en las lagunas de Ruidera. Un espectáculo sobrecogedor de lagos de agua dulce intercomunicados que, cuando llegan las lluvias invita a quedarse mirándolo durante horas.
Daimiel, el parque y la ruptura con el espejismo
Si deseamos romper con la falsedad del desierto manchego, hagamos otra escala, ésta en las Tablas de Daimiel y solacémonos con la exuberante flora y fauna del parque natural ¿De verdad es un secarral la llanura manchega?
Podemos seguir hablando de una región desconocida para el turismo a través del arte, de las ciudades, de sus vinos… Pero La Mancha es un territorio que es preferible descubrir por uno mismo, sin más guía que las ganas de descubrirla.
Es más: puede parecer que en cuatrocientas y pico palabras hayamos viajado por toda una región. Otro espejismo: apenas hemos recorrido un tercio de la provincia de Ciudad Real y hablado de la décima parte de sus atractivos.